miércoles, 15 de enero de 2014

Primera Parte "Capítulo 10"

                                                              Amores Conectados.
                                                              "¿Qué hago acá?"

La primera sorpresa de la facultad la recibí antes de entrar. Cuando faltaban pocos escalones para llegar arriba, una chica que leía unos apuntes sentada en la escalinata nos contempló con curiosidad. Mi prima Bruna observaba las columnas de la entrada; parecía estar contándolas mentalmente.

-¿Qué haces? -Le dijo la chica a mi prima, que la miró sin entender. No se conocían-. Si contas las columnas no te recibís nunca -Dijo-
-¿Dice quién? -Dijo mi prima-
-El mito -Dijo la chica, y volvió a sus papeles-

Bruna siguió caminando hacia la entra, sin ni siquiera reparar a la chica. Yo me quedé parada sin terminar de subir la escalera, porque al mirar hacia arriba había visto que no había ninguna puerta abierta.
Había dos puertas gigantes, descomunales, pero estaban cerradas. La chica sonreía. Creo que se reía de nosotros, los principiantes. Me miró.

-¿Quieren entrar a la facultad? -Preguntó-
-Asentí
-Es por allá -Y me señaló el puente que atravesaba la avenida-. La entrada del costado. Esta de acá es para los que se gradúan. Y ni siquiera es para entrar, se usa sólo para salir. Una vez en tu vida. Igual la mayoría de los que entran nunca salen

Entendí que lo que quería decir era que la mayoría de los que empiezan la carrera nunca la terminan, entonces nunca salen de la facultad por su entrada principal, la entra majestuosa en la que estábamos ahora. Pero, igual, eso de "la mayoría de los que entran nunca salen" me sonó aterrador.

-Gracias -Dije, y empecé a caminar hacia la entrada correcta-

Nazareno me seguía de cerca. Mi prima ahora venía atrás, algo alejada. Cuando estábamos casi llegando al descanso escuché que la chica le gritaba a mi prima.

-¡Cuidado con los tacos! No te vayas a caer...

Y, un segundo después, un ruido extraño hizo que me diera vuelta. Mi prima, por mirar a la chica, había tropezado y había estado a un segundo de caer y rodar por los escalones. Pero había sobrevivido.
La entrada para alumnos era mucho menos imponente que la otra. Una puerta lateral, normal, llena de estudiantes que entraban y salían a borbotones. A un costado, un chico todo cubierto de harina y huevos sonreía para la cámara de fotos. Asi se festejaba cuando te recibías. Si era por el festejo, la verdad, no daban muchas ganas de recibirse. Adentro, me pareció, reinaba el caos. Miles (o al menos parecían miles) de personas iban de acá para allá, apurados, sabiendo perfectamente qué tenían que hacer. Nosotros tres no sabíamos ni por dónde empezar a buscar. Nos acercamos a una mesa montada en uno de los pasillos. Dos chicos con gorros de lana y remera tomaban café y repartían papeles de un partido político. ¿Qué hacían con gorro de lana en pleno verano?

-Disculpe, ¿la clase de... -y consulté el cuaderno en el que había anotado las materias y los horarios- ... Civil I?
-¿Qué cátedra? -dijo uno de los chicos.

Miré a Bruna y a Nazareno, pero ninguno de los tres sabíamos. Es más, si había más de una cátedra, tal vez ni siquiera estuviéramos en la misma. El chico se dio cuenta de que estábamos perdidísimos.

-Vayan hasta aquel pasillo, hay una cartelera. Ahí busquen sus apellidos, y van a encontrar las materias en las que están inscriptos. Cada materia tiene un código. Anoten el código y vayan al segundo piso, pregunten por la cartelera de materias. Ahí se fijan en esa, buscan el código, y les sale el aula. Después pregunten dónde queda el aula y listo.

Facilísimo, ¿no? Hicimos todo lo que nos dijo, y descubrimos que estábamos los tres en el aula 302. Hacia allí fuimos, apurados, porque entre la llegada fallida y la búsqueda del aula, se había hecho más larga de lo que creíamos, estábamos llegando como quince minutos tarde. Cuando vimos el número 302 en una puerta, nos acercamos. A través del vidrio vimos que la clase, superpoblada, ya había empezado. Abrí la puerta y entré. Atrás mío, siempre, Nazareno. Y mi prima Bruna taconeando al final. El profesor dejó de hablar al vernos atravesar la puerta.

-Perdón -dije-, nos perdimos.

Esperé unos segundos quieta, sin avanzar hasta que el profesor dijera algo. No sé. Que me disculpara, que me retara, pero que acusara recibo de mis excusas. Sin embargo, no lo hizo. Simplemente me miró unos segundos en silencio, con una expresión bastante tensa que parecía decir "que no vuelva a repetirse", y después volvió a su pizarrón y continuó con la clase, ignorándonos. Bien. Así eran las cosas en la facultad, parece. Caminé despacio, intentando no hacer ruido, hasta el primer asiento libres eran los de adelante. En eso la facultad no era muy distinta del colegio, me pareció. Nadie quería quedar sentado muy cerca del profesor... Nazareno encontró un asiento atrás del mio y mi prima Bruna al lado. Se sentó en el apretado pupitre y empezó a resoplar porque no encontraba ningún buen lugar para colgar su cartera de cuero.

-¿Algún problema señorita? -le dijo el profesor.

Bruna lo observó desafiante. Yo miré para otro lado, haciendo como que no la conocía, porque temía que le dijera cualquier cosa al profesor. A mi prima le gustaba mucho llamar la atención, eso iba quedándome claro. Después de unos segundos de pensar Bruna pareció decidir no entrar en problemas con la autoridad, al menos no de inmediato. Así que sonrió, algo irónicamente, y dijo:

-Ninguno. Disculpe, doctor.

Y buscó un lápiz labial de su cartera y se retocó el maquillaje de los labios, mirando todo el tiempo al profesor a los ojos. Me pareció increíble. El profesor le sonrió, algo atontado, y siguió con su explicación.

-... normas de derecho privado, que regulan las relaciones civiles de las personas tanto físicas como las personas no físicas, es decir...

La verdad, no sé que pasó en la clase: por más que intenté prestar atención no pude. Solo retuve esa oración, porque cuando el profesor habló de "las personas no físicas" se despertó en mí el recuerdo de los sueños que había tenido desde que había llegado a la ciudad, y también antes de partir. El chico ese, con el que soñaba insistentemente desde hacía un par de días. No era una persona física, técnicamente. Nunca lo había visto más que en sueños. Pero lo parecía, porque era tan real, siempre tan semejante a sí mismo y a la vez tan cerca de mí, de una forma extraña que no podía entender, mucho menos explicar... Imagino que mis devaneos fueron ayudados por el profesor y por su clase, que nos demostraba preocuparse mucho de que nosotros, los estudiantes, la pasáramos bien. Simplemente, sentí que se paraba en el frente y repetía algo ya dicho un millón de veces, con cansancio, con tedio, como si si no hubiera elegido ser profesor de la facultad, como si dar clases fuera algo que tenía que hacer, por necesidad, y no porque lo disfrutara. Sentí pena por él y automáticamente pensé en mí. ¿Tendría razón yo, y este profesor no amaba el Derecho, o serían todos los abogados así? ¿Era él, que no amaba el Derecho, o era yo, que estaba en el lugar equivocado?

martes, 5 de noviembre de 2013

Primera Parte "Capítulo 9"

                                                             Amores Conectados.
                                                            "Sueños académicos"

Por el tránsito, y porque pareció que no recorrimos más de quince o veinte cuadras, creo que hubiésemos tardado menos a pie. Tal vez también el viaje a la facultad se hizo largo porque en ningún momento intercambiamos palabra con Bruna. Sentadas en el asiento de atrás, juntas, pero distantes, abrimos la boca solamente para responder a Jonathan, el chófer, las dos preguntas que nos hizo: a qué hora nos pasaba a buscar, y por dónde.

-Gracias, Jonathan, pero voy a volver caminando. Quiero recorrer un poco la ciudad
-Debería preguntarle a la señora Lucrecia -Dijo él-. Si llego a dejarla sola sin su autorización y le pasa algo...
-Ya le preguntamos a mi papá, Jonathan. Tenemos permiso -Dijo Bruna, sumándose a un plan al que yo no la había invitado-. Si queres llamarlo para chequear. Toma -Dijo acercándole el celular-. ¿Te marco? -Jonathan no respondió-. Papá se pone un poco nervioso cuando lo molestan por pavadas así que si te grita o te habla mal no te preocupes, generalmente se le pasa rápido. Bueno... -Dijo, como para sí-. A veces no se le pasa nunca...

Bruna estiró el silencio después de los puntos suspensivos para dejar que Jonathan se imaginara lo peor.
Miró a mi prima por el espejo retrovisor. Fue un segundo, pero noté que estaba contrariado.

-Pero casi nunca es taaan extremo -Dijo después, recuperando el tono liviano de su voz-. Toma, llama, llama -Y otra vez le extendió el celular -Llamalo así te quedas tranquilo

El chófer dudó, y después de unos segundos dijo que no, que estaba bien, que si el señor ya sabía estaba bien. Bruna sonrió. Me preocupé por él. ¿Por qué mentía Bruna? ¿Por deporte, o porque de verdad no iban a dejarnos volver solas a la casa? Y, si era por lo segundo, ¿estábamos poniendo en riesgo el trabajo de Jonathan? El auto frenó justo frente a las escalinatas de la facultad, pero Bruna no quiso bajarse de ahí.

-Adelanta una cuadra, Jonathan, por favor. Bajar de un auto caro como este en la puerta de una facultad pública es un suicidio total. ¡¿Queres que nos tilden de millonarias y no tengamos ningún amigo?!

Le hubiese festejado el chiste a mi prima, pero estaba en otra cosa, demasiado impresionada con el tamaño del edificio al que estábamos a punto de entrar.
El curso ingreso a la facultad lo había hecho a la distancia, desde Santa Elena, rindiendo toas las materias libres. Así que la facultad no la había visto nunca, ni siquiera en fotos. Y ahora se plantaba frente a mí, pesadísima, colosal, atemorizante. Con todo el peso de la ley. ¿Iba a poder subir todas esas escaleras? Las escaleras de lo que se esperaba de mí... ¿pero quiéb lo esperaba? Mamá, sí. Pero ella no era lo peor. Lo peor era la presión de papá, mucho más fuerte incluso ahora, que estaba muerto, que cuando vivía. Todo el tiempo me decía que yo era especial, y me lo había hecho creer...
Y ahora, yo, ¿cómo iba a hacer para estar a la altura de lo que se esperaba de mí? No sé si este era el mejor camino. Si papá hubiese sabido que empecé a estudiar Derecho no iba a estar contento. No. De mí, él hubiese esperado "más". Si, ¿pero "más" de qué? ¿Y cómo? ¿Y por qué no estás acá, papá, para orientarme un poco?
Que injusto. Como había escuchado en una película una vez, la vida está hecha de elecciones. Y papá, al irse a otro país, había hecho la suya. El auto se detuvo dos cuadras más allá de la facultad. Bajamos. Primero Bruna, con sus tacos y su vestido, y después yo, con mis zapatillas y mi jean gastado. Mi prima me miró de arriba a abajo, y cuando llegó a mi cara me sonrió.

-Me gusta tu look -Dijo. Le creí-

Caminamos las dos cuadras en silencio.

-Pero si es la mismísima Bruna Fernandez en persona...
-Nazareno, maldito, ¿tengo que venir hasta la facultad para encontrarte?

Como se dice en las novelas cursis, Bruna y su amigo "se disolvieron" en un abrazo efusivo sobre las escalinatas de la facultad. Él tenía un jean azul, parecido al mío aunque un poco más nuevo, y unas zapatillas algo rotosas que le quedaban bien. Era bastante alto, diría que nos sacaba una cabeza a Bruna y a mí, y su cuerpo era delgado pero bien formado. Su remera blanca decía: "Give peace a chance", y yo pensé que era linda, porque cualquier cosa que haya sido escrita por los Beatles es linda, pero había muchísimos otros versos de sus canciones que eran mucho mejores, de canciones menos conocidas tal vez. Aunque, pensándolo mejor, que una canción de los Beatles fuera poco conocida era algo casi imposible.

-Estás lindísima -Le dijo él a ella-
-Y vos. Mira tus brazos. ¿Estás entrenando algún deporte?
-Un poco de tenis. Fierros no. Sabes que odio los gimnasios. ¿Seguís nadando?
-Si. Saliendo a correr
-Bonita, estás muy bonita

Era gracioso ver a dos personas tirándose flores descaradamente, parecía que lo hacían en chiste, pero era en serio. Tal vez por eso se me escapó una risita, que Nazareno llegó a escuchar. Me miraron los dos; Nazareno, como si recién en ese momento notara (con placer, me pareció) mi presencia, y mi prima como si hubiese preferido no notarla nunca. Pasó en un instante: sentí la mirada de Nazareno me estaba dedicando (una de esas miradas incómodas, intensas, que -para seguir en el tono de las novelas cursis- "te desnudan"), y también sentí la otra mirada, la de mi prima, que había empezado a odiarme porque intuía, como yo, que, Nazareno estaba interesado en conocerme.

-Nazareno, Victoria. Victoria, Nazareno -Dijo mi prima-. Victoria está viviendo en casa. Es la hija del hermano de mi papá, vino del campo a estudiar Derecho. Es simpática, y un bicho raro. No entiende inglés -Dijo, y después a mí-. Nazareno es un amigo de toda la vida...
-Hola, victoria -Dijo él, me pareció, obnubilado. La verdad es que era bastante incómodo ser mirada así-
-... y ex novio -Me aclaró Bruna-
-¿Ex novios? ¿Ahora decís que fuimos novios? -Nazareno se rió, y me miró-. Estuve persiguiéndola un año para que fuera mi novia, y no quiso. Ahora dice que somos ex novios. ¿Quién entiende a las mujeres?

Yo Nazareno, pensé, Pero no lo dije. Y si él no lo entendía... Si no entendía que lo que pasaba era una típica escena de celos entre dos chicas, bueno, se ve que tan perspicaz no era.

-Vamos a llegar tarde -Dijo Bruna, y empezó a caminar hacia adentro de la facultad-

La seguí, y Nazareno me siguió a mí, al lado, demasiado cerca para mi gusto.

-Y vos, Victoria, contame.. Por Dios, sos... sos... ¿Por dónde saliste?

Sentí la cara caliente. Miré mis zapatillas, el hormigón de las escaleras debajo de mis zapatillas azules, para esquivar la mirada de Nazareno, mientras escuchaba los tacos de mi prima Bruna clavarse en los escalones -Clac, clac, clacclac- , a medida que ascendíamos.
Cada vez con más fuerza. Clac, clac, clac, clac. Como si quisiera tirar el edificio abajo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Primera Parte "Capítulo 8"

                                                              Amores Conectados.
                                                               "Un café especial"

La noche de la fiesta la pasé encerrada en mi habitación. Miento. Bajé un rato, para no despertar resquemores en mi tía, mi prima y mi tío, y a la primera oportunidad que tuve fingí una jaqueca mortal por la que "lamentablemente" iba a tener que irme a dormir. Me creyeron. Ser la pueblerina, parece, tiene sus ventajas. Todo el mundo piensa que como venís de un pueblo son más ingenua, más buena, y que no mentís nunca. Por mí, genial. Aférrense a sus prejuicios, quedarme en esa "fiesta" hubiera sido una tortura. Los amigos de mi tío comían como cerdos, las esposas de los amigos de mi tío sonreían como corderitos despojados de cualquier bocado interesante para meter en la conversación, y los hijos de los amigos de mi tío eran personas tan interesante como el kiosquero de Santa Elena, famoso por no haber dicho, en toda su vida, más que el precio de lo que ibas a comprar. Martín, el que mi prima había dicho que "estaba fuerte", era un nene de trece años. Definitivamente, a Bruna le gustaban muchos las bromas.
Al día siguiente, lunes, el despertador sonó a las siete. Me duché, me vestí para mi primer día en la facultad, bajé a desayunar. Estaba por agarrar la leche de la heladera cuando una mucama se me acercó tímidamente, para avisarme que la mesa ya estaba servida en el comedor. Qué maravilla, pensé, y abrí la puerta doble que conectaba con el salón donde los Sandoval se alimentaban a diario. Fui la primera en llegar. No decidía en cuál silla sentarme cuando la mucama solucionó esa duda por mí. Me señaló la de uno de los costados, a dos sillas de la cabecera. Había cuatro lugares, así que mi tía, mi tío y mi prima iban a unírseme pronto, pensé. Había tostadas, yogurth, cereales, mermeladas, queso blanco, miel, galletitas de varios tipos y colores, jugo de naranja, café, leche, panes (todos con muy buen aspecto), jamón, y una tetera cubierta con un "suetercito" de lana, para que no se enfriara el agua. Sonreí. Imaginé a mi tía explicándoles a las mucamas a la combinación de colores que debía tener el suetercito de la tetera mientras las mucamas la miraban en silencio, asintiendo, preguntándose que tan grande podía ponerse la locura de la señora Lucrecia.
Unté una tostada con mermelada de naranja y me serví un café con leche, mitad y mitad. En ese momento apareció Bruna, vestida como si estuviéramos a punto de ir a la facultad pero no a estudiar si no a desfilar por sus pasillos. Para ser justa, debo reconocer su buen gusto. Se había puesto un vestido azul, ajustado, que le llegaba bastante arriba de las rodillas y que parecía comprado en una feria de rosa usada, porque imitaba el estilo de les setenta, tan de moda últimamente. El vestido estaba estampado en figuras geométricas, en distintos tonos de violeta, y para completar el look de mi prima se había puesto un brazalete negro en la muñeca derecha y un colgante pesadísimo, de metal plateado, con forma de una cruz. En los pies, unas sandalias rojas, con un taco alto que no aparentaba generarle ninguna complicación a la hora de caminar, algo que a mí me pareció una proeza. Nunca había aprendido a caminar con tacos. Mamá siempre me lo había echado en cara, decía que yo era "muy poco señorita". Bruna se sentó en la cabecera, se sirvió café del termo y tomó un trago largo. Café negro, sin azúcar.

-No puedo creer que pienses "cuando sea grande, quiero ser abogada" -Dijo mi prima mientras se preparaba una tostada-. ¿Por qué elegiste esta carrera tan aburrida?

La miré. Pensé en ser grande, en ser abogada cuando fuera grande, no sentí nada especial... Pero ella estaba a punto de empezar conmigo misma "carrera aburrida" que me cuestionaba. Se lo dije, para defenderme.

-A mí me obligan, prima. Los tiranos -Ironizó, refiriéndose a mis tíos-, quieren que siga los pasos de mi padre. ¿De qué sirve tener toda esta plata si no puedo ser libre? Voy a tener que esperar heredar, parece

Me serví jugo de naranja, asentí, me pregunté qué porcentaje de la frialdad de Bruna era una pose y qué porcentaje era sincero.

-¿Pensás que mi papá va a morirse joven? -Dijo-. Sería una desgracia... ¿cómo se dice? Ah, sí. Una desgracia con suerte

El jugo de naranja se me atoró en la boca. Tragué como pude. Miré a mi prima a los ojos, que me observaba, sonriente.

-Perdoná -Dijo unos segundos después-. Me había olvidado que tu papá murió joven. No quería ponerte mal

No le creí, pero de todas formas le dije que estaba todo bien. Terminamos rápido de desayunar (supongo que ninguna de las dos quería estar con la otra), y cuando estábamos levantándonos de la mesa apareció mi tío, en un traje impecable. Nos preguntó si estábamos apuradas, si no podíamos quedarnos un rato más.

-¡Quería almorzar con mis futuras abogadas! ¿Cómo se preparan para su primer día de clases?
-Muy bien, Pa -Dijo Bruna-. Estoy ansiosa. No sabes las ganas que tengo de empezar Derecho. Me muero de ganas. ¡Me muero!
-Me alegro tanto hija -Dijo mi tío. Bruna resopló, para terminar de dejar en claro lo que mi tío ya había entendido pero prefería ignorar-. ¿Y vos, Victoria?

Mi tío dio un trago a su café y puso cara de asco.

-¡Amalia! -Gritó-. ¡Amalia, venga! -Y después a mí- Perdoná Vicky. Me decías...
-Estoy nerviosa -Dije-

Una mucama llegó al comedor desde la puerta que daba a la cocina. Miró a mi tío en silencio unos segundos. Mi tío la miró como si no la conociera-

-¿Dónde está Amalia?
-Está enferma, señor
-Este café... ¿quién hizo este café?
-Yo, señor
-¿Amalia le explicó cómo lo tomo?
-Si, señor...
-¿Y su nombre es...?
-Salomé

Mi tío sonrió.

-Salomé... qué lindo nombre -Dijo, y después-. Gracias, Salomé. Puede retirarse

Salomé salió del comedor. Mi tío dejó la taza de café y no volvió a tocarla. Después volvió a acordarse de mí, aunque no parecía estar escuchándome.

-Vicky, ¿estás tan contenta como tu prima o más?

Entonces, sonó su celular. Levantó una mano, como pidiéndome disculpas por la nueva interrupción, y respondió.

-Decime -Contestó, serio, al teléfono-. ¿Cómo? ¿Quién? -Del otro lado alguien le contaba algo que a mi tío no parecía gustarle-. Llego en veinte minutos y lo vemos. No hagas otra estupidez más. Esperame

Cortó el teléfono, miró la mesa, las tostadas, las galletitas, como buscando algo que le interesara, pero no lo encontró. Se puso de pie, se estiró el traje, y nos sonrió.

-Bueno, que lindo charlar con ustedes. Me alegra tanto verlas bien -Dijo, y después a Bruna-. Por favor, decile a tu madre que se ocupe de esta mujer -Dijo, señalando con la cabeza la puerta que comunicaba con la cocona-. Si vuelve a hacerme un café como este no quiero verla más. Hasta luego. Suerte

Y se fue. Pensé en Salomé, en la pobre Salomé, y en que lo parecía imposible -que alguien en esa casa me cayera peor que mi prima Bruna- acababa de suceder. Y en mi tía, que no había bajado a desayunar.
En el chico con el que había soñado anoche. Y en el café. ¿Qué problema tenía el café? Ninguno. Yo lo tomé. En esa casa el café no era el problema. El café estaba delicioso. Y pensé que, apenas un rato más tarde, iba a estar en la facultad. ¿Cómo sería este primer día tan esperado?

Primera Parte "Capítulo 7"

                                                              Amores Conectados.
                                                       "Como Alicia en el país 
                                                            de las Maravillas"

Ni siquiera había empezado a anochecer, así que me levanté, fui hasta el baño que tenía en mi habitación (un lujo que nunca pensé que iba a poder darme), abrí la canilla para llenar la bañadera con agua caliente, y puse el tapón. Volví hasta mi cuarto, saqué del bolso el libro que estaba leyendo, y yo llevé conmigo hasta el baño.
Lo dejé sobre una banqueta que acerqué hasta la bañadera, un ritual que tenía desde que había aprendido a leer. Se senté sobre el inodoro mientras miraba el agua caer y la bañadera llenarse lentamente. El agua acariciaba el frío mármol blanco, hacía burbujas por la presión con la que salía desde la cascada en miniatura de la canilla. ¿Eran las palabras de mi tío, o qué? Sí, creo que sí. Las palabras de mi tío eran culpables de haberme dejado algo inquieta. ¿Por qué? Porque recordaba, con precisión, lo que mi prima Bruna decía en el sueño con voz metálica, casi diabólica: "Hágase su amigo, Sandoval". Y después, las palabras de mi tío. "Me alegra mucho tenerte en casa". Podía haber pasado eso que pasa a veces: uno sueña, y mete en el sueño cosas que pasan fuera del sueño. Si en la realidad alguien toca un timbre, en el sueño escuchamos un timbre. Y así. Si podía ser.
Me saqué la ropa, la apoyé en la silla, y me miré al espejo. ¿Quién era esta chica delgada, rubia, de ojos oscuros? ¿Y quién era el chico con el que ella, la del espejo, y yo, habíamos soñado? Apoyé las manos sobre mi pecho y me cubrí. Pensar en él, estando desnuda frente al espejo, me hizo sentir todavía más desnuda. Sentía que podía todavía verme desde algún lugar lejos de esa habitación que tenía que empezar a sentir como mía, pero que aún me resultaba por completo ajena. Apuré mis piernas dentro del agua -quemaba, tuve que hacer equilibrio en una pierna, intercalándolas, hasta que entibió un poco-, y luego todo mi cuerpo. Una ola de placer me recorrió entera. A pesar del calor, del verano, el agua caliente siempre me daba paz. Busqué mi libro y lo abrí al azar en cualquier página: otro ritual antiguo, que tenía desde hacía muchos años, y que hacía cada vez que quería que los libros me dijeran cosas, algo, como si fueran oráculos. La página que abrí esa tarde decía:

-¿Puede saberse quién eres tú? -Preguntó la Oruga. Alicia contestó, algo intimidada:
-La verdad, señora, es que en estos momentos no estoy muy segura de quién soy. El caso es que sé muy bien quién era esta mañana, cuando me levanté, pero desde entonces he debido sufrir varias transformaciones
-¿Qué es lo que tratas de decirme? -Dijo la Oruga con toda severidad- ¡Explícate, por favor!
-¡Esa es justamente la cuestión! -Exclamó Alicia-. No me puedo explicar a mí misma porque yo no soy yo, ¿se da cuenta?

Me quedé pensando en lo que había leído, con algo de sorpresa, aunque no tanta, porque no era la primera vez que los libros decían algo crucial, acertado, sobre lo que me pasaba. Exactamente así me sentía. ¿Quién era yo? Lo sabía, más o menos, hasta había llegado a la ciudad. Pero ahora me sentía muy perdida y sola. Dejé a Alicia y su país maravilloso sobre la banqueta, metí los brazos en el agua y me deslicé, despacio, con los ojos cerrados, hasta el fondo de la bañadera. Me quedé varios segundos a oscuras, contando en voz baja de uno hasta quince, escuchando el sonido apagado de mis movimientos subacuáticos, el sonido de mis manos acariciando mis piernas. Cuando llegué hasta quince, todavía bajo el agua abrí los ojos.
Si yo hubiese sido el corazón débil, creo, ahora estaría muerta. Porque cuando abrí los ojos descubrí una figura humana, con forma de mujer, parada al costado de la bañadera. Era Bruna. Sus ojos me escrutaban sobre el agua, con una sonrisa enorme y los brazos cruzados.
Salí debajo del agua rapidísimo, tosí, escupí el agua que había tragado por el susto, mientras me cubría con las manos y me arrinconaba en una esquina de la bañadera, intentando  no resbalarle al tiempo que trataba que Bruna no me viera desuda. Quería saber que hacía mi prima en mi habitación, cómo había entrado sin que yo la escuchara, cómo había llegado tan rápido hasta ahí... ¿o estaba espiándome desde antes y yo no me había dado cuenta? Quería saber todo, pero las palabras no me salían. Estaba, todavía, demasiado asustada con su aparición.

-Parece que hubieras visto un fantasma -Dijo ella, irónica, y sonrió-
-¿Qué querés? -Respondí-

Fue lo primero que me salió. Ella me miró en silencio, respiró profundo, y buscó un lugar para sentarse. ¿Por qué se ponía tan cómoda? ¿O en la ciudad era costumbre meterse en el baño de otro como si fuera lo más normal del mundo? Bruna agarró mi libro, lo levantó, y lo miró por encima. Se sentó despacio sobre la banqueta, siempre sosteniendo el libro en sus manos.

-Si lo lees en español te perdes muchas cosas, prima. Este libro tiene un montón en chistes y juegos de palabras que son intraducibles -Dijo-. ¿En los colegios del campo enseñan inglés, o alguna lengua autóctona?
-Lenguas autóctonas -Dije, empezando a enojarme sutilmente-. Por ejemplo, aní tová tará -Inventé-. ¿Sabes que significa? -Me miró en silencio-. Significa "Andá yendo"

Bruna sonrió, complacida, al ver que yo también podía maltratarla. Me festejó el chiste con una carcajada falsa.

-Quiero que nos llevemos bien, prima. ¿Qué planes tenes hoy?
-Darme un baño, tranquila, sola
-Hoy hay una fiesta acá en casa -Dijo, y esperó a que yo dijera algo, pero no hablé-. Vienen unos amigos de papá con sus hijos. Mientras los ancianos cenan nosotros podemos jugar al ping pong en el playroom. Uno de los hijos tiene nuestra edad. Es algo tímido, pero es muy buen mozo

No terminaba de entender si Bruna estaba invitándome o no. Creo que ella tampoco terminaba de decidirlo.

-Bueno... -Dije-
-Bueno... -Dijo ella, y se puso de pie lentamente mirándome. Apoyó el libro otra vez sobre la banqueta-. Was it a cat I saw?
-¿Qué?
-Alicia dice eso en un momento. Creo que, después de mi mamá, sos la primera persona que conozco en mi vida que no sabe inglés. Va a ser mi caso de estudio -Dijo, divertida-

Me quedé callada, esperando a que terminara su exposición y de una vez por todas se fuera y me dejara tranquila.

-Es un palíndromo -Continuó-, es una frase que se lee igual de atrás que adelante. Como "ananá". Was it a cat I saw? -Dijo-. Como vos
-¿Cómo yo qué? -Pregunté-

Pero Bruna ya había salido del baño. Desde afuera, mientras se iba, escuché que decía:

-¡He visto un lindo gatito! -Y cerraba la puerta-

Dios mio. Había llegado a una casa de locos. Y tenía que vivir con ellos, por lo menos durante algunos meses más. No podía renunciar a todo antes de empezar, pero ya me sentía cansada, aturdida, y muy confundida. Salí del agua. Bruna había logrado sacarme las ganas de seguir en la bañadera, y además el agua había empezado a enfriarse. Me sequé rápido con la toalla.
Tejí mi pelo húmedo con mis manos, dándole forma, y estiré la piel bajo mis ojos con la yema de mis dedos.
Mientras me miraba al espejo, repetí:

-Was it a cat I saw?

En inglés perfecto, en ese acento que mis profesores calificaban como "británico", en esa lengua que mi padre había enseñado desde chica y que yo conocía a la perfección. Sí, no le había dicho a mi prima que sabía hablar inglés. ¿Por qué? No estoy segura. Tal vez porque ser del todo sinceros con las que nos inspiran desconfianza no es lo mas aconsejable.

Primera Parte "Capítulo 6"

                                                              Amores Conectados.
                                                         "El chico de mis sueños"

Esa tarde, la técnica que me había enseñado mi padre sólo funcionó, recordando con precisión impresionante el sueño que acababa de tener: yo estaba en mi habitación de Santa Elena, durmiendo, y me despertaba un ruido agudo, como el que hace una puerta oxidada al abrirse con el tiempo, o un águila cuando sale a cazar. El mismo tipo de zumbido agudo que había escuchado la noche antes de salir de Santa Elena, también en un sueño... En este otro, me levantaba despacio, e iba a oscuras hacia la puerta. Al atravesarla, ya no estaba en Santa Elena, sino en el pasillo azul de la casa de mis tíos. Veía el cuarto de Bruna al final del pasillo, con la puerta cerrada, y escuchaba unos ruidos extraños que venían desde adentro de la habitación y cuando llegaba abría la puerta, sin golpear. Mi prima Bruna estaba parada frente un espejo oval. Su cuerpo estaba de espaldas a mí, pero yo podía verla en el reflejo. Se cepillaba su largo pelo castaño mientras le hablaba a su reflejo como si se tratara de otra persona, con una voz metálica, completamente distinta a la suya.

-Veo que ya tiene a Victoria en su casa, Fernandez -Decía-. Muy bien hecho. Ahora, imagine que Victoria nos descubre Fernandez   Si la chica encuentra el programa de José... Vaya ya mismo a saludar a su sobrina, Fernandez . Acerquesé a ella. Hágase su amigo. Gánese su confianza.

Asustada, yo dejaba escapar un ruido que advertía a Bruna de mi presencia. Mi prima giraba hacia mí, rapidísimo, y entonces podía verle la cara. Su verdadero rostro. No era Bruna... Era igual a ella, sí. Pero no era. La falsa Bruna me saltaba en encima para matarme, pero antes de que pudiera atraparme alguien me tomaba de la mano y me sacaba volando de la habitación.
Aparecía entonces en un descampado, sentada sobre un césped de un verde increíble, cruzada de piernas en posición india. Frente a mí, el chico que me había salvado me observaba con atención, como si yo fuera la primera mujer que veía en su vida. Y él tenía los ojos más impresionantes que yo había visto en la mía, color café.
Su nariz era recta y pronunciada; sus labios, suaves y carnosos.
Cuando sonreía, quedaba a la vista una dentadura de publicidad. Sus pómulos eran geométricos, preciosos, pero lo más espectacular que tenía el chico de mis sueños era el pelo, salvaje, de un negro intenso e infinito como la naturaleza, con sólo imaginar la sensación de mis dedos al acariciarlo se me cortaba la respiración. Sentí que era el mismo chico con el que había soñado antes de venir a la ciudad, el mismo que me había dicho que lo único que tenía que hacer era confiar en él.

-¿Me escuchas? -Me preguntaba él-. ¿Me escuchas...? ¿Me escuchas, Victoria...?

Desperté en ese momento, con el recuerdo vívido de todo lo que había visto y escucharlo en sueños, confundida, sabiendo que sólo había soñado, pero sintiendo en mi cuerpo los efectos bien reales de la inquietud, el temor y la fascinación que había sentido en el sueño. Me senté abruptamente cuando descubrí a mi tío Adolfo mirándome desde lo alto, parado al costado de mi cama.

-Victoria, sobrina. ¿Me escuchas? -Dijo-. Perdón que te despierte, quería saludarte

Se agachó hasta acercarse a mí y me dio un beso en la mejilla.

-¿Cómo fue el viaje?
-Bien -Respondí-
-Me alegro. Me alegra mucho tenerte en casa

Dijo, y sonrió. Yo le devolví la sonrisa, pero un escalofrío me recorrió por la espalda.

Primera Parte "Capítulo 5"

                                                                 Amores Conectados.
                                                                      "Primas"

El auto de Lucrecia atravesó barrios oscuros (en los que las fachadas de las casas ya ni siquiera soñaban con alguien les levantara la autoestima con una mano de pintura) hasta llegar a su barrio, que quedaba a sólo quince minutos de las zonas más pobres pero parecía pertenecer a otra ciudad diferente. Contrariamente a lo que pasa en un pueblo (donde todo se parece), la constante en la ciudad parecía ser la diferencia, lo inesperado. Este pensamiento volvió a despertar la inquietud y las expectativas. Si en la ciudad todo era tan diferente, entonces cualquier cosa podía pasar. Yo podía ser completamente anónima, mezclarme entre miles de personas diversas sin llamar ni un poco la atención. Era liberador pensar que algo así era posible, sobre todo para alguien como yo, de un pueblo chico en el que todo el mundo está al tanto de la vida de todo el mundo. Acá no. Acá uno podía tomar decisiones y esas decisiones podían llevarte a cualquier lado: al barrio peligroso, al barrio de los aburridos, de los exitosos, de los que no saben que qué barrio quieren vivir... Y si tenías suerte podías terminar en el barrio en el que vivían mis tíos, repleto de árboles, con calles empedradas, y casas que sólo se ven (al menos yo) en revistas de decoración.
En este barrio, la casa más chica tenía dos pisos de altura, y las de mis tíos no era la más chica. La entrada para los que llegaban a pie estaba cercada por dos grandes columnas que recordaban a las imágenes de templos griegos que había aprendido en el colegio.
Unas rejas altísimas custodiaban la propiedad, que tenía a la vista un jardín muy cuidado en el frente y otro, imaginé, mucho mayor en el fondo. Lucrecia apretó un botón desde su auto y la reja empezó a abrirse, silenciosa, dándonos paso al garaje que estaba en el subsuelo y en el que descansaban otros tres autos.

-¿Sabes manejar? -Le pregunté a Bruna mientras Lucrecia estacionaba-
-Estoy aprendiendo, ¿por? -Me respondió-

Lucrecia apagó el auto y bajamos. Con otro botón abrió la puerta del baúl del coche. Bruna y yo fuimos a buscar mis valijas. Lucrecia se acomodaba el trajecito, que se le había arrugado un poco.

-Por todos estos autos. Pensé que uno era tuyo
-Si, uno es de Bruna: este -Dijo Lucrecia, y señaló un auto gris, moderno, que parecía no haber sido usado nunca-, pero hasta que no cumpla los dieciocho años Adolfo no la deja manejar sola. Se lo maneja el chófer, Chimmy
-¿Por qué te haces la que sabes hablar ingles si no sabes, mamá? -Dijo Bruna- Se dice Jimmy, no Chimmy. Jimmy. El chófer no se llama Jimmy, se llama Jonathan.
-Chimmy, Chonatha, Chonni... es lo mismo, Brunita. El chófer se llama como yo diga que se llama

Tuve que contener la risa. Bruna, en cambio, pareció irritarse. Sacó la valija con fuerza del baúl y se la llevó para adentro. Lucrecia hizo un gesto para que la siguiera. Subimos una escalera y al abrir una puerta estábamos en el living, que era más grande que toda mi casa de Santa Elena. Recordé una frase que había escuchado una vez: "Casi nadie se hace rico honestamente". La recordé mientras observaba las arañas con caireles, los espejos de marcos dorados, los cuadros, los dos sillones enfrentados, de cuero cuerpos cada uno, la chimenea apagada... Toda esa opulencia me hacía pensar la frase. Casi nadie se hace rico honestamente... ¿Sería cierto? ¿Sería el tío Adolfo la excepción? ¿O cómo había ganado esa plata?

-¡Prima! -La voz de Bruna llegó hasta el living desde algún lugar alejado de la casa; sonaba divertido- ¡Vení que te muestro tu cuarto nuevo! ¡Subí! ¡Dale! ¡Apurate!
-Si, apurate porque hasta que no vayas no va a dejar de gritar... -Me dijo Lucrecia, y luego gritó hacia arriba, hacia donde estaba su hija- Bruna pliiiiiissssss, ¡tengo jaqueca!

Después de eso, atravesó una de las puertas del living y desapareció. Quedé sola. Bruna volvió a gritar, esta vez mi nombre. Subí la escalera y seguí el pasillo hasta llegar, un poco intuitivamente, hasta que a partir de ese día seria mi habitación. Tendría por lo menos seis metros por seis, una cama doble (para mí sola), un escritorio antiguo de madera, un placard en el que podría haber entrado toda la ropa que tuve en mi vida (desde mi nacimiento), un baño en suite, y una ventana muy grande que daba al jardín. Iluminada por la luz de ese día soleado y caluroso, Bruna me sonreía sentada en el sillón de terciopelo violeta que completaba la decoración y que estaba bajo la ventana.

-Me pregunto si te mereces todo esto, prima Victoria -Me dijo-

El brillo de sus ojos atravesó como una puntada. De pronto Bruna ya no parecía esa chica simpática dispuesta a ayudarme con el equipaje. Un aura de maldad parecía haberse apoderado de ella. Me quedé en silencio unos segundos, hasta que volvió a sonreír y se puso de pie.

-¿No vas a desarmar las valijas?
-Si. Después de darme un baño
-Este escritorio lo usaba yo, cuando iba al colegio -Acarició la superficie de madera, como si guardase muchos sentimientos hacia aquel mueble- Pedí que lo pusieran en este cuarto especialmente para vos. ¿Te gusta?
-Si

Se quedó mirándome en silencio. Después miró hacia la puerta abierta de la habitación y dejó que la mirada se le nublara, haciendo foco en todo y nada a la vez.

-Ta te diste cuenta, ¿no?
-¿De qué? -Pregunté-
-De que mi mamá es una tarada

Cuando terminó de decir esto hizo foco en mí, con interés, esperando que le devolviera algún comentario. Pero yo volví a quedarme en silencio. ¿Qué podía responderle? La tía Lucrecia no era precisamente una luz, era cierto, pero parecía tener ese tipo de inteligencia más práctica, el tipo de inteligencia que tienen las personas que saben conseguir lo que quieren conseguir. Según mi primera impresión, lo que la tía Lucrecia quería (autos caros, joyas, zapatos...), lo tenía. Así que había que ser cuidadoso antes de subestimarla. Además, nunca le hubiera respondido a Bruna.
"Sí, me di cuenta", aunque pensara eso. Me pareció que mi prima no estaba siendo del todo sincera conmigo, que me estaba probando. Y creo que ella se aburrió de mi silencio, porque de pronto empezó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, giró hacia mí y me miró a los ojos.

-El cuarto al final del pasillo es el mío -Dijo, con una sonrisa. Y agregó- Nunca se te ocurra entrar sin golpear. Nos vemos, primita

Y se fue. Apoyé mi cuerpo en la cama. Todo el cansancio del viaje parecía haber caído sobre mí como un avión estrellado. Miré al través de la ventana y sonreí al descubrir que era lo que iba a ver cada noche y mañana desde mi nueva cama: dos grandes álamos. Igual que en Santa Elena: esos dos grandes álamos. Estiré la espalda sobre el colchón y cerré los ojos. Sentí el nudo de la angustia apretarme el pecho.
¿Por qué, exactamente, tenía ganas de llorar? Intenté evocar recuerdos lindos, o situaciones inventadas en lasque me pasaran cosas agradables. Mucho antes de abandonarnos, cuando yo todavía era una nena, papá me había enseñado una técnica. Era una técnica muy buena para alejar las pesadillas. ¿Funcionaria esta vez?

sábado, 2 de noviembre de 2013

Primera Parte "Capítulo 4"

                                                              Amores Conectados
                                                            "Lucrecia y Bruna"

Recién había terminado de bajar del micro cuando escuché una voz de mujer a mis espaldas.

-¡Querida! -Dijo-

Intuí que podía ser mi tía, pero no podía estar segura, no tenía incorporado el timbre (bastante agudo) de su voz. Me di vuelta para ver si me hablaban a mí.
Ahí estaban. Tía Lucrecia, y Bruna, casi iguales como las recordaba por fotos. Lucrecia me agarró la cara con sus manos, sonrió, me dio un beso en la mejilla.

-Estas enorme, querida... -Me miró a los ojos, luego a los a pies, las sandalias rojas, y otra vez a los ojos- Menos linda que cuando eras chiquita, pero linda

Y se rió, haciendo pasar su comentario por un chiste. Fue una sonrisa algo tensa, no sé si porque no estaba tan feliz de que me mudara a su casa, o por las cirugías que seguramente se había hecho para aparentar algunos años menos. En sus manos que cruzó por delante del pecho mientras me observaba terminar de bajar el equipaje del micro, habría al menos siete anillos, uno más brillante que el otro. De sus orejas colgaban dos aros que imaginé de plomo. ¿Cómo hacía para cargar todo ese peso? Bruna se me acercó y agarró la valija más chica.

-Qué divertido -Me dijo-. Tener una prima en mi casa

Le agradecí su ayuda. Mientras nos abríamos paso entre la multitud para llegar al auto, pensé en lo que acababa de decirme. Tener a mi prima, en mi casa. Su casa. Tal vez yo estaba un poquito angustiada con la mudanza y entonces me ponía sensible de más.
Puede ser. Pero el chiste de mi tía, sumado a eso de "mi casa" que había dicho Bruna... dos comentarios que no me traían buenos augurios. Lo que había dicho Bruna había sonado como una especie de advertencia. "Vas a vivir acá, pero nunca vas a sentirte como en tu casa porque esta es mi casa". Me sentía, además, una especie de atracción turística, la pueblerina de paseo en la ciudad... Por eso Bruna le parecía "divertido" tenerme en su casa... Tal vez era yo, que me ponía sensible de más. Puede ser. Pero, no sé... No me sentí precisamente bienvenida.

-¿Y el tío? -Pregunté desde el asiento trasero del auto mientras me frotaba los brazos con la palma de las manos para darme un poco de calor-

Mi tía había prendido el aire acondicionado al máximo, como si estuviera preparándose para la tercera edad en Siberia.

-Quería venir, pero está ocupadísimo. Ocupadísimo, en serio. No vive. Trabaja -Respondió Lucrecia, mirándome un segundo por el espejo retrovisor- Te mandó un beso

Y volvió a sonreír. Parecía usar la sonrisa como el punto final de la oraciación.

-Sigue ocupándose en quiebras y remates? -Pregunté-

Yo sabía que eso es lo que hacía el tío Adolfo porque mamá me lo había contado. Mi tía me miró sorprendida, como si esa pregunta estuviera completamente fuera de lugar en una chica de mi edad. Las chicas de mi edad, para mi tía debían preocuparse tan sólo tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas. En realidad, tal vez pensara que no sólo las chicas de mi edad, si no todas las chicas, de cualquier edad, debían preocuparse tan sólo por tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas.

-Si -Dijo, algunas dudas-, creo que sí...

No hablamos mucho de su trabajo, es un tema que me resulta tremendamente aburrido... Mientras lo haga bien, a mí no me importa qué hace.

Se río fuertísimo, como si acabara de decir algo muy gracioso. Miré a Bruna por el espejo. Había girado la cabeza hacia la ventana, pensé que la tía Lucrecia (es decir, su madre) le daba vergüenza.

-¿Viajaste bien? -Dijo mi primo-
-Si -Dije yo-
-¿Estás cansada? -Dijo mi prima-
-Dormí un poco -Dije yo-
-Igualito a Santa Elena, ¿no? -Dijo mi prima, mirando a través del vidrio la avenida cargada de autos-

No respondí. ¿Qué iba a decir? Bruna giró la cabeza y me miró con una sonrisa que podía significar complicidad, o simpatía, pero también burla. Burla hacia mí, la pueblerina, deslumbrada con la ciudad y su tamaño. El resto del viaje tampoco fue muy agradable. Predominó el silencio, interrumpido de tanto en tanto por algunos insultos que mi tía les dedicaba a otros conductores, peatones, chicos en moto, e incluso a algunos semáforos que se ponían en rojo justo antes de que ella llegara a cruzarlos, como si fuera algo personal.

-Odio el transito del centro. Si fuera por mí no vendría nunca, nunca. Es un horror -Dijo-
-Dicen que el Derecho es una carrera difícil... -Comentó Bruna sin mirarme-. Yo la imagino difícil. Y aburrida. ¿Vas a poder estudiarte el Código Civil de memoria?

Ella se rió, yo sonreí. Mi prima, me pareció, estaba contenta de tener visitas, pero también estaba un poco celosa. Igual, empezaba a parecerme, tenía sentido del humor. Y eso podía llegar a acercarnos y hacer más agradable la estadía en su casa.

-De chiquita era muy buena aprendiéndome de memoria las canciones del jardín de infantes... -Dije-. El Código Civil no puede ser mucho más largo, ¿no? -Agregué, y nos reímos las dos-

Sí. Tal vez mi prima Bruna y yo, sólo tal vez, podíamos llegar a hacernos amigas. Lucrecia seguía concentrada en el tránsito, y aprovechaba los semáforos para chequear en el espejo retrovisor que no se le hubiera corrido el maquillaje. Todo parecía muy moderno, rápido y extraño. ¿Qué futuro me esperaba? ¿Me adaptaría a mi nueva vida? Lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó nunca, lo que sentimos siempre es real. Y esa tarde, en el auto que me llevaba a mi nueva casa, sentí que no tenía respuestas certeras a mis preguntas. Pero algo adentro mío me hacía creer que el futuro inmediato me deparaba algunas sorpresas.

Les dejo un adelanto:

Victoria y Marcos se conocen en el capítulo 20.